domingo, 26 de diciembre de 2010

El destino trágico del Clown...¿o no?


Este excelente escrito es parte del libro "Desde Mi Payaso, Cuadernos de Navegación", escrito por el Maestro Jesús Jara Comprar el libro
¡Queridos hijos y queridas hijas de Augusto!
A lo largo del tiempo he conocido gente diversa que habla de El destino trágico del clown. Argumentan que el clown es una persona que, sin pretenderlo, sufre calamidad tras calamidad y, poco a poco, se convierte en blanco de las risas del público, a su pesar y precisamente por su cadena de desgracias.
Entiendo perfectamente esa opinión, el fracaso del clown como fuente de comicidad, como eje sobre el que gravita con frecuencia el mundo del clown. La entiendo y la comparto, muchas veces trabajo en mis cursos o en mis espectáculos en torno a esa idea. Cuanto peor estén las cosas para el clown mejor para el espectáculo, porque entonces su necesidad y su desesperación alimentan su imaginación, y ésta crea situaciones sorprendentes que provocan la diversión del público.
También creo que en todo ello hay algo que, si no es el destino, es algo parecido. El clown no puede abarcar las leyes físicas del universo ni las normas sociales, ni siquiera las más elementales, por más que lo intente. Y claro, eso le lleva a multitud de problemas que le hacen pasarlo mal. Y eso causa risa.
Pero, y aquí comienza mi diferente visión sobre el destino del clown, yo creo que lo más importante de los payasos no es lo que les ocurre sino cómo sienten, viven y, sobre todo, cómo resuelven las situaciones. A veces sienten vergüenza, miedo, tristeza, rabia, dolor…, y eso nos acercaría a lo trágico. Pero en otras ocasiones lo que les moviliza es la intensidad de su alegría, su amor, su entusiasmo, su pasión, su deseo, su ilusión…, y eso nos lleva a lo lúdico.
Esa es, para mí, la otra cara del clown, la más importante, la que le aleja de la tragedia. La que le permite ir de fracaso en fracaso, no sólo sin perder el entusiasmo sino ganándolo. Esa manera de resolver los problemas en la que no encuentra pesar sino diversión.
La verdad, su vida, esa cadena interminable de conflicto-solución-conflicto, me parece envidiable. Porque puede llegar a disfrutar en medio del caos y hace disfrutar al que le observa.
Por otro lado, payasos y payasas no siempre están en fracaso cuando viven con intensidad sus emociones, la otra plataforma de acción del clown, junto a las dificultades. El público también ríe cuando los ve imaginar un viaje. O cuando bailan y seducen como sólo ellos saben hacerlo. O cuando resuelven de manera ingeniosa su falta de dinero. O cuando encuentran una solución clown, esa manera única y genuina de resolver un problema.
Por tanto, ¿fracaso?, sí, pero también éxito. ¿Desolación?, sí, pero también alegría. Yo creo que el clown vive con desenfreno y sin límites todo lo que le ocurre, bueno o malo, duro o agradable, sencillo o complicado, porque sabe experimentar sin fin y aprender de todo y de todas las personas, convirtiendo sus peripecias en un juego constante.
Y aquí llego a mi alternativa a esa tesis, El destino lúdico del Clown. En mi opinión, el clown está felizmente destinado a jugar. Todo. Toda situación, real o imaginaria. Todos los roles, los peligros, las aventuras. Lo sublime y lo ridículo. El éxito o el fracaso. La lucha o el amor.
Su vida es un gran juego, especialmente, cuando tiene que hacer cosas que desconoce. Si no sabe cantar y tiene que hacerlo, juega a diva de ópera. Si no tiene ni idea de magia, recuerda un video que vio de David Coperfield y juega a ser él. Si nunca ha besado a una chica, juega a poner los labios como en aquella película.
Pegar a alguien se convierte en un juego en clave de dibujos animados. Resbalar y caer es algo tan divertido que al final se tira al suelo a propósito para seguir riendo con su situación. Cantar una canción, de la que desconoce la letra, es jugar a hacer playback o simular que el micrófono está estropeado.
Pienso en un clown, Joe Jackson Junior, en su famoso número de la bicicleta. Él entra en la pista del circo distraído y ve una bicicleta abandonada, aparentemente sin dueño. Se acerca lenta y disimuladamente hasta acariciarla, sintiendo la tentación en la yema de sus dedos. Sonríe mientras comunica al público su deseo, sus contradicciones, la tentación que le invade. Cuando decide tomarla prestada los desastres aparecen uno tras otro. Ahora es el manillar que se desarma, más tarde el pedal que cae, la bocina que no sabe de dónde salió mientras la observa, atónito, en su mano. Finalmente, la bicicleta se descompone en mil trozos.
Sentimos, como público, su incapacidad para abarcar las leyes físicas de ese objeto con ruedas. Su congoja y su preocupación… pero también su risa ante las posibilidades de juego que absorben su atención y acción más allá del objetivo inicial de robarla o de la preocupación por devolver la bocina a su lugar. En medio del desastre, siempre la sonrisa presta, como compañera inseparable de su capacidad de convertir todo en un JUEGO.
Sinceramente, no me parece trágico el destino de alguien que va de lío en lío, pasándoselo en grande. Así veo yo al Clown y así creo que lo percibe el público, pensando al mismo tiempo qué desastre de persona y qué bien se lo pasa.
Salud para todos y para todas.Jesús Jara

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