sábado, 4 de agosto de 2012

¿Qué hay tras la nariz de un payaso?

He salido al escenario.
El público está delante… me mira. 
Tengo la impresión de que no estoy haciendo nada. ¡Urgentemente tengo que hacer algo… no sé, cosas! Pero, ¿qué tonterías estoy haciendo …?El tiempo está pasando y no tengo derecho a estar aquí, haciendo perder el tiempo a los que me están observando. ¿Qué esperan de mí…? Tengo miedo…No sé qué hacer con mis manos. Doy pasitos y no encuentro mi sitio en el escenario… Ellos siguen mirándome… Tal vez no me quieren, no les intereso, seguro que alguno me ignora. Yo les miro a ellos desde el fondo de mis ojos… Tengo calor, tengo frío, ¡no, tengo miedo!Estoy escondido en mi cerebro… No paro de dar vueltas. El miedo hace que me abalance sobre mis palabras, que me hinche como un balón. El ansia hace que me ponga la careta de la tranquilidad… Nada sirve… Siguen ahí, me miran intensamente.Tal vez un truco teatral funcione...¡Qué chapuza estoy haciendo! Me siento ridículo y muy frágil, soy insignificante pero aquí estoy, mirándoles como una oveja descarriada ante el lobo.Mi nombre es Precario… Estoy en precariedad…Estoy desnudo, soy transparente, ellos parecen ver mis pensamientos impacientes que se golpean uno contra otro en mi inquieta mirada… Desnudo, sin piel, con mis emociones revueltas en un torbellino que ahoga mi ego.Les miro, me aterran,lo acepto, me aterran, continuo mirándolos y comparto con ellos mi vergüenza, mi fragilidad, mi incomodidad, en definitiva, mi pequeña desesperación e impotente éxito. No por ello dejan de aterrarme…¡Eureka! Una surgente sonora brota entre los labios de un espectador, yo no entiendo, pero algo se enciende en mi interior. Una sonrisa precede a una risa, y a esta una carcajada. Una persona primero, luego otra la acompaña, sigo sin entender, de qué ríen.Sin darme cuenta olas de risas aparecen de las miradas del público. Me aterran. Yo les miro sin comprender, les miro directamente, como si supiera lo que pasa, como si compartiera con ellos su carcajada, pero con mi cara de asombro, un poco, sin querer, dejando ver que no me entro de nada. Pronto en mi rostro se dibuja una sonrisa, pero mis ojos aunque la acompañan muestran la más tremenda de las estupideces, sigo sin entender en el mar de risas. Todos ríen.Entiendo, se ríen de mí, de mi apariencia ridícula e idiota, de mi imposible capacidad de superar el fracaso que padezco, de la ingenuidad que demuestro al no ser consciente del comportamiento de mi fracaso, de la apariencia que desprendo… Y esto me hace gracia.Al instante, el público comienza a disminuir su risa, hasta dejar de reír, advierten en mi mirada que esta vez río de mí mismo...¡Ah! Comprendo de qué ríen. Me he pasado a la posición del público, éste se ríe de mi condición trágica.Pero yo no puedo reírme de esto mismo, yo no puedo reírme de mí. Si yo me río de mí no estoy en mi situación de fracaso, si hago esto, estoy siendo ajeno a mi condición desesperada para reírme de ella.Paso de ser la víctima a ser el que se ríe de ella. El público sólo ríe de mi desesperación, de mi impotencia, de mi vulnerabilidad… de mi fracaso. Ríe de la condición humana de la supervivencia.Si me enfado o intento sobreponerme a mi precariedad y frágil condición, el público no ríe, me ve poderoso, ve que controlo la situación. sólo reiría, el espectador, si mi enfado o poder tomara tal desproporción que consiguieran llegar a desestabilizar mi equilibrio, coherencia y seguridad.No es mi sufrimiento lo que hace reír, sino el combate y mi actitud ante esta desesperación. La tragedia se baña en la desesperación, mientras que la comedia lucha por no mojarse de ésta, aunque la lucha sea en vano. El clown jamás encuentra su equilibrio emocional, está en desequilibrio constante, buscando su centro, su salvación, pero está perdido, sale de su estabilidad por torpeza o por que le sacan, esto le sitúa en una constante basculación emocional, que le instala en un estado de dificultad descompensando su coherencia emotiva y racional.Entiendo que no debo luchar, ni debo reír de lo que escénicamente me sucede, no debo intentar ser hábil o inteligente con mi situación, debo simplemente dejarme sorprender, escuchar al espectador, mirarle a los ojos y compartir con él mis circunstancias, mi impotencia y la lucha que jamás consigo superar. Si alguna vez consiguiera lograr una victoria, compartiré mi audaz triunfo con el espectador, pero esto lo haré tras una gran sorpresa y mostrando un orgullo tremendamente ingenuo, me vanagloriaré de la indulgencia de la casualidad que ha hecho que venciera en esa situación, es más, enfatizaré mi hazaña repitiendo la acción o mi comportamiento tantas veces como pueda, esperando la complicidad, constante, del público, y mostrando sistemáticamente que el comportamiento repetitivo que me dispongo hacer no es para nada consciente de lo que provocó una primera vez en el espectador; es decir sólo logrando la risa del público por la ingenuidad del personaje, que no consigue entender que el público no se ríe de sus acciones sino de sus reacciones y del estado de absoluto convencimiento, para él certero y para el espectador totalmente absurdo.De pronto, entiendo que yo debo aprender a jugar conmigo mismo y con las reacciones del espectador: es importante que me desnude como persona para poder ser como personaje vulnerable. Tengo que experimentar mi vulnerabilidad para poder encontrar la de mi clown. ¡Atención!, cuando me refiero al “mi clown” me reseño a un personaje que tiene mucho de uno mismo, la parte más ingenua e inconsciente, esa parte naif que desprende la inocencia de un niño y la absurdez de un loco. Aparece un ser de carne y hueso, hecho de un trozo de ti y otro de ese ser que parece tener el cerebro de un guisante. Es el actor mostrando su vulnerabilidad. O si lo prefieren, es un ser que muestra la parte de su alma más expuesta a la crueldad del mundo.El payaso está sumergido en la tragedia humana, en la incomprensión del mundo y en su duelo con éste. El actor, paradójicamente, no debe apelar a sus recursos interpretativos, adoptando una máscara que juega la incapacidad y el desastre del ser humano. El actor debe comprometerse emocionalmente mediante la situación -aun sabiendo que todo es un juego- y compartir con el espectador su precaria situación de pérdida. La actuación traicionará la verdad interpretativa, y su sinceridad será vendida por una denuncia de artificialidad. Muecas y acentos situarán al actor como el que domina el juego, y por lo tanto, le situará fuera de todo problema existencial. En un clown la lágrima está siempre cerca de la risa. El actor que juega a ser payaso debe someterse a experimentar un estado de compleja definición que sitúa al intérprete (cuerpo y emociones) en un nivel de alerta emergente, siempre disponible. La emoción oscila entre el llanto y la risa, y sus diversos colores, y aflora con delicada sutileza, afirmándose en escena en forma de sopa emotiva. Es aquí que el espectador es el primero en identificar su estado de angustia de modo inconsciente mediante la liberación de la risa, cuando esto se hace de modo colectivo el público experimenta lo que se conoce como catarsis. El clown no tiene maldad, si alguna vez se enfada lo hace con torpeza y es muy fácil deshacer su actitud frente a la oposición, es un ser que acepta la derrota aunque le cueste resignarse a ella, su reacción más común a los problemas que tiene es el no conseguir comprender la maldad.Para un payaso la tragedia y la comedia están muy cerca, el dolor y el placer son los motores de su existencia. No causa dolor a los demás, ni se ríe con los demás, ni se ríe de los demás, es y acepta el mundo tal como lo entiende, en general como lo haría un niño, o como lo haría un loco: con poca destreza y gran caos. Sus acciones no tienen una lógica o coherencia racional, nacen de un comportamiento reconocible y terminan por ser absurdas, tanto que la sorpresa y el ingenio de su estupidez hace que el espectador se ría. El universo del payaso siempre pende de un hilo, sus atmósferas son muchas, a veces perdidas en el tiempo, en una nebulosa de polvo que les da un lado poético, o ese clima melancólico que habita entre la sonrisa y la lágrima.El clown contemporáneo se diferencia del clown tradicional, como lo hace el actor de texto al uso. Ha evolucionado en su juego pasando de la interpretación histriónica y rimbombante, más acorde al circo y a las plazas públicas, a una más íntima y sincera cercana al teatro y al cine.Mediante la forma artística del clown, el actor descubre la importancia de la medida de juego, de la cantidad de energía que un actor debe emplear para conseguir ser convincente con su emisión expresiva. Todos, alguna vez en nuestra vida, hemos sido conscientes de que nuestro comportamiento ha podido provocar la risa en aquellos que nos observan, aunque no entendemos muy bien qué es lo que genera este tipo de situación cómica. En general, lo risible suele ser una reacción, en la que nos mostramos fuera de nuestro centro, estabilidad o equilibrio existencial. También puede ser que, lo gracioso sea una acción que sorprenda, es decir una acción inesperada. Se da igualmente el caso, de que podamos deformar una acción previsible, adulterarla, distorsionarla y, de ese modo, llevarla al absurdo. Es muy probable que una situación supere al individuo, viéndose este arrastrado por ella y sacándole nuevamente de su coherencia, centro y lógica. Si el espectador se ríe de todo esto, no es más que por su instinto de superioridad. El público ríe de aquello que ve y reconoce, se identifica con la situación que vive el personaje y distingue en este la torpeza con la que la afronta. Se dice, a sí mismo e inconscientemente: ese de ahí es inferior a mí, es más tonto, más blando, más ingenuo, no entiende, no se da cuenta. En definitiva, lo considera como el más débil. El espectador, considera que él no es así, que él es mucho más capaz, se siente por encima de aquel personaje a quien define como frágil o estúpido. Por otro lado, el hecho de que esto suceda en un escenario le da licencia para asumir su pensamiento como algo permitido dado que no es real.No obstante, el espectador sospecha que pudiera ser de otro modo, y que tal vez, él mismo no es tan capaz como imagina; y esto le da miedo, le da un profundo terror. Tiene miedo de no ser políticamente apto, como le exige su entorno, y no ser aceptado por la comunidad. Además sabe que el personaje que se expone a la desgracia y no tiene las herramientas para afrontarla es infeliz. El no verse infeliz, como el personaje, también es lo que hace sentir al espectador la eventual alegría. Goza con sentirse fuera de todo problema, sobre todo cuando estos son sufridos por aquellos que no tienen la posibilidad de combatirlos, y con la ventaja de saber que esa incompetencia no es más que una mera representación de la realidad que el por unos momentos acepta como real. Es el miedo a ser víctima lo que hace al espectador situarse en una posición de superioridad, donde se experimenta una compasión en el caso de la comedia que surge de la ternura, y un ensañamiento mediante la carcajada cuando hablamos de una especie de mirada menospreciativa o peyorativa, mezclada a una simpatía, hacia el torpe. El tremendo terror a ser relacionado con los necios, con los feos, con los ridículos y débiles, exclusivamente por supervivencia animal, hace que aspiremos a nuestro bienestar en el lado de la fortaleza. Experimentar esta sensación hace que se genere un goce involuntario, de este modo, la exteriorización del placer viene expresada mediante la manifestación de la risa -liberación positiva que establece un dinamismo de la expresión del alma- se trata de desahogarse, de romper la contención producida por el miedo. Claro está que todo este proceso se desarrolla de modo inconsciente o involuntario. Esta liberación orgánica del estado del hombre es muy similar a la del llanto, pero este último se manifiesta por todo lo contrario, es decir, por el compromiso del espectador en la situación del hecho teatral, o lo que es lo mismo, por el vínculo que acepta el espectador al ponerse en la situación del personaje, y de este modo asumir el dolor y derrota, pues le contempla como un igual, al mismo nivel que él. Es tal vez por esta razón que, en ocasiones, el payaso no sólo provoca una situación cómica, sino que nos emociona hasta hacernos llorar. Lo que puede experimentar el espectador es un estado en el que la comedia y la tragedia se diluyen en un mismo fluido, haciendo que las emociones afloren con subjetividad.

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