domingo, 13 de noviembre de 2011

La mirada salvaje

por Virginia Imaz

La tontería es una manifestación de nuestro potencial creativo más nuestro y genuino. Cuando hacemos las cosas como Dios manda, como han de hacerse, nuestras creaciones se parecen. La “perfección” uniformiza, aplana, mientras que cuando nos equivocamos, nuestras meteduras de pata son a menudo únicas, inconfundibles, muy personales. O sea, “nuevas” para el mundo.

El entrenamiento en la tontería de las payasas y de los clowns rescata para la sociedad contemporánea un valor en alza: la diversidad. Y reivindica también -¡una vez más…!- el alcance poético y creativo del error. Encajar el error y utilizarlo como motor para continuar es esencialmente la dinámica del “fiasco” o fracaso dentro del juego clown. Con la nariz, si las cosas van bien está bien, pero si van mal es mucho mejor. En un sentido filosófico, tanto en la escena como en la vida, el fracaso no existe. Todos los intentos son pruebas, pasos que nos ayudan a avanzar. El éxito es poder ir haciendo camino. La vida, abriéndose paso, es el mayor éxito. El éxito permanente. El éxito en mayúsculas.

Ser clown es ante todo una actitud vital. Es descolonizar la mirada. Después de la revolución industrial, occidente perdió su capacidad de sorprenderse. Convertirse en una persona adulta, de repente, fue renunciar al asombro.

Cuando jugamos que nos sorprendemos, el cerebro se dice: “Parece que nos estamos sorprendiendo. Pero ¿de qué?” Y entonces se fija. Y entonces ve, huele, oye, siente, saborea… algo que se le pasó por alto.

La mirada del clown, de frente, con los ojos grandes, con las cejas arriba, es la expresión técnica de un extrañamiento existencial y de una profunda inocencia.

La duda es su estado de gracia. Es la mirada de alguien que se pone (y lo pone todo) en cuestión.

La inocencia es la forma en que las payasas y los payasos nos acercamos al mundo, a los objetos y a las otras personas. Siempre como si fuera la primera vez, con una mirada nueva, curiosa, interesada y entusiasta.

Es la mirada de la gente extraña, extrañada, excluida, extranjera, estratosférica… Es una mirada abierta, vulnerable.

Una mirada que no juzga, que no pretende controlar. Es una mirada desprejuiciada.
Es la mirada, en definitiva, que se persigue en todo proceso creativo: una mirada salvaje, no domesticada, que mira desde otro lugar, que mira de otra manera y que, sobre todo, mira siempre donde no toca y ve lo que el resto de la tribu no puede, no quiere o no sabe ver.

Estoy convencida de que mi payasa me ha enseñado a ver. Antes miraba todo, pero no veía nada. La nariz va corrigiendo de a poco mi miopía emocional y, en ocasiones, hasta se me hace evidente lo patente.

La premisa de la que parto para realizar estas reflexiones es la de que el humor es referencial. Lo que realmente nos hace reír es la distorsión, la amplificación o la exageración de un referente. Este referente puede sernos más o menos familiar. Cuanto más cercano, más gracia nos hace.

Las mujeres como creadoras de humor resultamos ser un fenómeno algo menos habitual o, cuando menos, peor valorado y documentado históricamente.

Pero, precisamente por ello, la posibilidad de ser “originales”, de aportar al mundo de la escena y al mundo en general algo realmente nuevo o genuino es mucho mayor. Los impulsos creativos potentes vienen, sobre todo y cada vez más, de los márgenes, de la marginalidad, de lo lejano, de lo ajeno, de la periferia.

(Pre) destinada para ser bella, un delicado objeto de deseo, yo era una mujer, sigo siendo, estéticamente divergente, que tenía sus propios deseos, a menudo inadecuados. Exiliada de mi infancia antes de tiempo por inacabables obligaciones domésticas, hice del juego mi oficio y del placer y la risa mi credo. Entrenada para ser perfecta, fui perfeccionándome en la cantidad, calidad e intención de mis torpezas. Del cautiverio en las esquinas de los patios de recreo de la escuela donde los chicos ocupaban casi todo el espacio todo el tiempo, la nariz me llevó a recorrer el mundo.

Hoy por hoy, todavía, de vez en cuando, me entran tentaciones de ser buena hija, buena madre, buena esposa, buena maestra, buena ciudadana…Me descubro empeñada en cargar con todas las culpas o en tener razón, en lugar de en ser feliz. Entonces me pongo la nariz y se me pasa. Al dar una respuesta nueva a viejos sufrimientos, supongo que podríamos decir que estoy innovando.

Virginia Imaz (San Sebastián)
Educadora de personas adultas, escritora y actriz, en la especialidad de clown, destaca por impulsar la creación de una asociación sin fines de lucro de payasos y payasas de hospital, que se llama Mediclowns.


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