No sabré decirlo en los mismos términos que el poeta Joan Maragall, pero creo que él prefería las palabras a los actos, porqué las primeras permiten mayor libertad y, por tanto, facilitan el acto poético. Aún teniendo en cuenta su valiosa experiencia y su inestimable criterio permitidme que, aunque lo dijera uno de nuestros mas preciados poetas, diga que pienso que no era del todo exacto, pues hay una excepción; el payaso.
El payaso consigue trasladar la poesía a la acción con unos resultados excepcionales, que ninguna agrupación de palabras podría conseguir jamás. Y esta deriva natural del payaso hacia la poesía en acción y la proximidad de un conflicto tan sangrante como fue el de la antigua Yugoslavia fueron los factores que dieron a luz a Payasos Sin Fronteras.
También contribuyó el hecho de que la reacción en clave emocional no
requiriese para transformarse en acto de ninguna estructura logística
especialmente sofisticada. Un hecho espontáneo, surgido del corazón, poesía que
hace reír, regalada a las niñas y a los niños que sufrían la erupción de
violencia de los adultos en los Balcanes. Algo tan absolutamente posible provocó
un efecto dominó y una cadena de compañías de payasos empezaron a frecuentar el
escenario de conflicto haciendo reír a grandes y a pequeños. Hay quien dice que
si no hubiera habido una guerra a la cuál se podía ir en coche los payasos sin
fronteras quizá hoy no existirían.
En los Balcanes, desde mi punto de vista, también se empezó a producir un
giro dentro del mundo de la acción humanitaria. La costumbre era entonces la de
entender la ayuda como un bloque de actividades dirigido a satisfacer las
necesidades materiales de la población afectada. En aquel caso, la proximidad
cultural de la gente que sufría el desastre bélico nos adentró más en los
sentimientos de las personas, y sin llevarnos al estado de shock que nos produjo
la segunda guerra mundial tuvimos que ensayar y volver a hacer paralelismos con
nosotros mismos. Imaginábamos nuestros parques de atracciones herrumbrados y
abandonados, nuestro transporte público desarticulado, nos veíamos sin comer,
pasando el día con unos cuantos cafés largos, pensando en una cotidianeidad
violenta donde cada día las noticias terribles nos pueden sacudir y hacer que
perdamos un poco más de nuestro precario equilibrio emocional. La empatía
viajaba mucho más rápido, es una vergüenza decirlo, a una velocidad mucho mayor
que en África por ejemplo. “Suministrar” alegría ya no parecía una
frivolidad.
Aquel funcionario de Naciones Unidas que en 1999 me increpó en Tirana
diciéndome “allí arriba ya hay suficiente circo para que vayáis vosotros”,
cuando le pedía transporte hasta Kukes para acceder a Kosovo y para que los
payasos pudieran llegar y dar ilusión a la infancia albano-kosovar;
probablemente hoy seria más difícil de encontrar un personaje así, porqué ahora
casi todo el mundo sabe que nosotros regalamos porciones de circo y de payaso de
verdad, no del “circo” del que hablaba él.
A finales de los noventa los payasos sin fronteras ya hacían, intuitivamente,
sin buscar un marco científico en el que apoyarse, aquello que ahora se entiende
mucho mejor en el ámbito de los conflictos y las catástrofes naturales. Se les
ha intentado llamar terapeutas de la risa, o se les ha encasillado erróneamente
en marcos psicológicos específicos, pero en realidad la organización de los
payasos sin fronteras está integrada por payasos o profesionales del circo que
tienen un circuito bien establecido en sus lugares de origen y que brindan una
parte de su tiempo al año para regalar espectáculos a la infancia mas desdichada
del planeta.
Nacieron como payasos “desfronterizados”, como payasos que generaban un
movimiento, y es por eso que los que estábamos implicados en este sueño
intentamos mantener esta idea, evitando despersonalizar el nombre para
convertirlo en una cosa-organización más. Impedimos que una vez más la
organización se coma a las personas y en este caso a las payasas y payasos, ya
que si esto llega a suceder este proyecto único habrá desaparecido.
Y así desde esta organización movimiento reivindicamos la frescura y la
simplicidad de las cosas más obvias, las que tenemos delante de las narices y
que tanto nos cuesta reconocer; como por ejemplo decir que reír inocentemente es
necesario. Y es que de vez en cuando se escucha la voz de alguien que pregunta
por los criterios de prioridad en los escenarios de desastre y dice “¿Acaso no
es más importante dar de comer o curar que enviar payasos a hacerles reír?” Como
si la respuesta a una crisis humanitaria fuera una cadena de montaje fordiana y
las personas, por el hecho de ser víctimas, fueran máquinas o miembros de una
especie animal muy lejana en la genealogía. Si los miembros de la especie humana
acomodados tenemos un compromiso con aquellos que sufren el resultado debe ser
integral y debe llegar a las emociones. Hace falta algo más que recibir comida,
atención médica y techo para sentirse reconocido como miembro de la
humanidad.
Así pues desde esta reacción espontánea y creyendo que no hay pensamiento más
profundo que la poesía, y no hay mayor poesía que el acto, los payasos sin
fronteras practican un modelo de acción humanitaria muy especial, que sin afán
de querer ser mejor que ningún otro si que merece ser considerado como un
elemento importante dentro de los contextos de los que hablamos. El payaso o la
payasa, no es un ser que interpreta, sino alguien que da su payaso, que se
regala a la infancia que sufre, y lo hace desde una óptica cómica, pluriversal,
inocente y optimista.
El hecho cultural diferencial no imposibilita su trabajo ni lo devalúa porque
el payaso fundamenta su comicidad en la contraposición entre causa y efecto, en
el ataque a la lógica y el sentido común del homo sapiens sapiens. Hay que tener
en cuenta, eso si, no ofender a las sensibilidades locales y llevar al payaso
más amable descartando la faceta más transgresora y provocadora que funciona en
nuestros países de origen. De este modo, teniendo en cuenta estos parámetros más
bien simples, las entradas de payasos son composiciones de caídas, engaños
atávicos, bromas transoceánicas, basadas en lo gestual e ingenuo. Son embrollos
sin texto que se entienden y hacen reír a lo largo y ancho del mundo, son la
defensa inocua pero irrefutable del paria, de ese paria que en el fondo es la
humanidad entera. El payaso en una situación de conflicto es la reacción
emocional más optimista delante de la tragedia, es sentimiento propio, nada de
interpretación, es comicidad a la vez que proyección en la alteridad y por esa
razón amor.
La cosa es así; se trata de disparates que hacen reír a niños y niñas (no
confundir con infantilismo mal entendido, ñoño y ridículo) que culminan en el
estallido de la risa; un momento de inconsciencia absoluta, y por ello de
eternidad inconmensurable, imposible de medir, aunque quepa en tres segundos, y
aunque no se pueda pesar, ni tenga sentido hacerlo, esos disparates son medio,
fin, impacto, indicador, fuente de verificación, objetivo específico, general,
resultado inesperado. Es cierto sin embargo que alrededor de la risa se genera
todo un tejido transversal que se convierte en una mina inagotable de hallazgos,
algo que por otro lado suele suceder con las cosas infinitas; el intercambio de
saberes femeninos entre payasas y mujeres maltratadas por el conflicto de Irak,
los espectáculos mixtos con niños albaneses y serbios en Kosovo, acciones a uno
y otro lado de Gaza, experiencias conjuntas entre artistas que gozan del payaso
en España y en Mozambique, la construcción de espacios públicos en lugares
insólitos como los campos de desplazados del Kivu (República del Congo), la
comunicación emocional transgeneracional en los espectáculos realizados después
del terremoto de Haití.
Desde ese hecho inofensivo de ocupar el espacio público para disfrute y ocio
de una población atemorizada, a demostrar que la mujer también tiene su
autoridad pública, a enseñar a poblaciones enfrentadas que sus hijos son igual
de preciosos cuando ríen, son muchas las maneras a través de las cuáles una
payasa o un payaso pueden adentrarse en problemáticas esenciales que no se
pueden abordar con facilidad de otro modo.
Evidentemente los payasos sin fronteras tampoco son la clave para solucionar
los problemas del mundo, ni lo pretenden, si bien es cierto que hay mucha gente
que piensa que eso es imprescindible. Sólo intentan demostrar que en la acción
humanitaria y en la cooperación hay que tener en cuenta valores que hasta no
hace mucho eran menospreciados e ignorados, que es necesario acercarse más y
saber que no todo se puede medir; la intuición, las emociones y la espontaneidad
también cuentan. Llorar y reír para aquellos que viven en el infortunio es
vital, en lo relativo al llanto ya tienen suficiente aprovisionamiento de él, y
lo que necesitan urgentemente es reír, y verse a ellos mismos riendo,
transcendiendo el drama para hacerse fuertes ante él.
Gerente de Payasos sin Fronteras